TALLER de LITERATURA del Instituto Cervantes de Moscú |
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Olga Akhunova . |
Mi vida está pintada de diferentes colores. Nací en el color azul de la infancia. Mi adolescencia se coloreó en el rosado. Mi juventud empezó a teñirse de diferentes tonos. Desde los treinta fui probando desde los matices más oscuros hasta los grises. Y ahora siento cómo la gama de la armonía y de la claridad va despertando mi cuerpo cada vez más...
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Autores | Biblioteca | Narrativa |
Pasión (Canción)
El humo denso, el rumor
y las miradas pican.
pero encontré tus ojos
y éstos me excitan.
Tú, sin vergüenza me desnudas
al mirar.
Todo a la vez, tú me enseñas
sin tocar.
De repente, todo cambió
y nos quedamos tú y yo.
El mundo desapareció
¡unámonos en la pasión!
Mi amor, mi calor, mi ilusión,
disolvámonos hasta la culminación.
Un sueño
Música... Ella daba vueltas en la cama temiendo despertarse. Esa música.... Algo se relacionaba con esa música, pero ¿qué? Ella no recordaba. Los pensamientos eran como la miel, densos y espesos. De golpe ella abrió los ojos y se sentó en la cama. La música sonaba desde afuera. Ella se levantó, se acercó a la ventana y la abrió de par en par. Su dormitorio estaba en el último piso de un castillo viejo y sombrío que existía desde hacía muchos y muchos años en la cima de una roca. En el fondo del precipicio había un lago abrazado de una parte por una montaña rocosa y de otra por un bosque tenebroso y siniestro. El viento de una entró por la ventana como si hubiera estado esperando el momento. Despeinó su pelo largo y ya suelto, dio un par de vueltas por el cuarto. Música... La música subía desde el lago. Ella se inclinó y miró hacía abajo. El horror penetró en cada célula de su cuerpo al ver aquello. Ella se echó para atrás y frunció el ceño.
En el lago flotaban dos balsas. En una había una orquesta de músicos viejos vestidos totalmente de negro y que tocaban esa melodía triste y profunda. En la otra balsa se encontraba un negro ataúd abierto en el que yacía un difunto, un hombre de mediana edad vestido de rojo. “Lo conozco... Lo conocía... Pero ¡¿quién, quién es él?!” Los pensamientos volaban uno tras otro. “Esta música, este hombre...” Miedo... El miedo se encadenaba a todo su ser. Ella abrió los ojos y otra vez miró abajo y se le ahogó el grito que trataba de salir por su garganta seca. El muerto la miraba con una mirada sabia y misteriosa. En sus manos el tenía un antiguo rosario y jugaba con él moviendo sus cuentas.
“¡Lejos de aquí!”, y ella se echó a correr. El castillo era muy grande, con sus pasillos largos y doblados, con sus eternas escaleras, parecía un laberinto. No sabía cuanto tiempo había pasado pero cuando ella apareció en la calle ya estaba muy oscuro. Otra vez sonó la música. Pero ahora no era sólo una melodía, se le había añadido un sonido de cascos y el crujido de un carro. Y ella se fue por allí, adonde la llamaba la música. “Yo tengo que acordarme, yo tengo...” Comenzó a llover. Ella corría por las estrechas calles vacías y oscuras. A veces, casi lograba alcanzar al carro que veía desde lejos, pero de repente la música empezaba a sonar por otra parte y el carro desaparecía.
Cuando, después de gastar todas sus fuerzas, se paró en una esquina y se apoyó en la pared, apareció un carro tirado de un caballo negro. Encima estaba el ataúd con su difunto tranquilo y absolutamente muerto. Muy lentamente ellos pasaron ante sus ojos. En el momento en que el entierro ya se había alejado lo suficiente para que ella viera la parte de atrás del ataúd, llegó a entenderlo todo. El escudo heráldico que estaba grabado en el ataúd tenía la letra “ V “. Sintió un mareo y tuvo miedo de llegar a desmayarse. Quería ser invisible o encontrarse muy lejos de allí.
La lluvia mojaba su cara y disolvía sus amargas lágrimas. Ella ya no podía manejar su cuerpo y, despacio, empezó a deslizarse hasta el suelo. En ese momento el cadáver levantó la cabeza y se sentó, se volvió hacía atrás y la miró de una forma sarcástica, levantó su mano seca y la amenazó con un dedo torcido y corvado....
Me desperté.