TALLER de LITERATURA del Instituto Cervantes de Moscú |
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Gaby Calvo |
Autobiografía
¿Calvo?
Sé
que si buscara en el diccionario un sinónimo de “viejo”, la palabra
“calvo” no aparecería.
También
sé que en este mundo real no existen árboles con alas y que en la
cotidianeidad es difícil que la papaya despierte emociones tan profundas
como las que se pueden plasmar en un cuento.
Definitivamente,
“el amor” es lo que es, no importa el orden ¿o sí?
Yo
ya lo he cambiado, y no solo en el poema, también lo he hecho con mi
preciado punto de vista, que ahora me permite sumergirme en la delicia de
las letras. Hacia el horizonte vertical, repleto de caminos desbordantes
de mi teñida y espumante imaginación... Aun así no dejaré de llamarme
Calvo ¡y no creo que sea por lo de viejo!
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POEMAS
Siempre contigo, música
Te
siento aquí, tan cerca pero distante.
Es
una entrega incondicional de mi parte.
Mi cuerpo palpita junto al tuyo
como
siempre incesante.
El ritmo innato provocado
por
el compás de las notas
se apodera de lo palpado
y
lo divino entre olas.
El
silencio marca las pautas.
Y
el tambor,
el
inicio de la expresión
más
bella entre ambas.
Reflejo inspirado en la pasión,
canto que eleva mi alma en la canción
y
mi ser más brillante
en
la flauta confidente y triunfante.
Perfecta paridad, tu campaneo
y
mi meneo de caderas redondas,
irradia esa sonrisa como espejo
de la felicidad que produce la hermosa
combinación de las notas en mi cuerpo.
Sabor a ti
Te
compré hace unos días, y te olvidé. Lo hice sin ningún afán, solo fue un
impulso de mi niñez: te vi y ¿por
qué no? Te compré.
Es
raro verte aquí, pero es aún más raro verte aquí rodeada de ese ambiente
informal, barato, y no porque tú te merezcas grandes festines, sino porque en
este país eres considerada exótica, ¡vaya, que todo es subjetivo!.
En
fin, trabajé arduamente sin parar y ahí donde te coloqué por primera vez, ahí
mismo te abandoné. Regresé de tan atareada semana de trabajo y te vi, no
abandonada, pero sí olvidada. Refundida en esa esquina, esperando pacientemente
tu momento.
Tendría
que haberlo notado. Tu color verdoso tornando amarillento acompañado del juego
de pecas apiñonadas, quería comunicarme algo. Pero la costumbre te venció.
Mis ojos no relacionaron tu vago color con el intenso amarillo al que mi niñez
te asociaba. Y fuiste así, por lo
tanto, suplantada por todos y cada uno de los de tu categoría. Primero por el más
suave de todos, después por el más jugoso, seguido por el más dulce y por el
más ácido, hasta que al final solo quedaste tú.
Solo
restaba aquella semiverdosa, casi ovalada figura, no mayor que mi antebrazo.
Cubierta de un brillante color que, con el paso de los días, se tornaba en
evidencia cromática del atardecer de tu, hasta ahora, incógnito interior.
¿Qué
decir de tu forma? Tampoco es tan sencilla, podría decir que esas manos que te
crearon son las culpables por darte ese toque final que te hace inconfundible.
Ya que al terminarte, en vez de cerrar el círculo tal cual, parece como si esas
manos hubieran ocupado el instrumento de pastelería tan primordial para formar
los picos en los pasteles de merengue.
Pero
ni esa apetitosa forma me cautivó. Solo la ausencia de otro fruto me obligó a
tomarte entre mis manos…
¡Vaya
que eres suave! ¡Tersa! ¿Y por qué no decirlo? Seductora.
Tomé
el cuchillo entre mis manos y lo pasé a través de tu cuerpo. Te penetró en un
extremo y así se deslizó sin titubear, muy fácilmente por tu suculenta pulpa
hasta alcanzar el lado opuesto.
Aún
tu olor fresco y dulce invade mi entorno. Se apodera de mi mente, lo percibe mi
olfato y lo siente mi cuerpo. Cosquillea tu jugo anaranjado al resbalar por mis
dedos: gotea, gotea y gotea incesantemente. Eres carnosa y jugosa. Tomo un trozo
de ti y con esmero dejo tu piel al descubierto, no quiero perder ni una sola
parte de tu exquisita carne. Remuevo tus semillas negras y ese cordón umbilical
que te ata a ellas. Sólo quedas tú entre mis manos. Es difícil mantenerte por
más tiempo entre ellas, no sé qué pueda más, si el ritual por cortarte en
diminutos bocadillos o el deseo por comerte a salvajes mordidas. Solo algo como
tú pudo despertar este sublime antojo.
Quiero
tenerte en mi boca. Así que corto otros grandes pedazos y los tiendo en un
plato. Pintoresca escena: incitantes rebanadas naranja intenso en contraste con
un fondo apacible como el azúcar. Tu tonalidad después de tantos días en
espera ya no es más firme, el dulzor se ha esparcido por tu masa y propicia
espacios traslúcidos.
Me
siento y mis dedos rodean un largo trozo tuyo. Tu olor me invade, es como si la
naturaleza hubiera dejado en secreto tu pulpa. Y es que solo aquellos
aventureros que sintieran atracción por tu color, curioso aspecto y distintivo
olor se deleitarían con tu sabor y tus propiedades.
Así
es, a mordidas te devoro. Te deshaces en mi boca, mis dientes sobran, solo el
paladar y mi lengua gozan de tus jugos y fibras.
¡Vaya,
entonces que estabas ya madura!
¡Gracias
Papaya! Todo en ti lo delataba. ¡Debí haberlo notado!