TALLER de LITERATURA del Instituto Cervantes de Moscú

 

ELENA MIRSALIMOVA

 

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Autobiografía de Elena Mirsalimova  

Soy hija, hermana, esposa, madre y al mismo tiempo alumna y soñadora perpetua. En la escuela me interesaban las matemáticas y la pintura; en la Universidad, la geofísica; en mis trabajos, las cosas prácticas; en el Instituto Cervantes, el español.

Gracias al Taller de literatura puedo escribir  cuentos y poemas, en los que había pensado durante toda mi vida, aunque no tenía ni motivación ni seguridad en mí misma para escribirlos.

Ahora, sin embargo...

  POEMAS

NARRACIONES

 

 
Autores Biblioteca Narrativa

 

  POEMAS

 

Adivinanza

 

El sol calienta, empero

No se derrite la nieve

Que cubre la hierba verde

En mi pequeña huerta.

 

Las nubes no van por el cielo,

Están en las ramas tiernas

Dejando caer la nieve

En la calma eterna.

 

 

Conversación

 

Estoy como siempre sola

Mirando a la ventana

Pero no veo nada

Hablando con mi alma

 

Qué quieres decirme, chica,

Adónde me llamas,

Por qué no te calmas nunca

Amazona mía, alocada.

 

Amor escolar

 

Me tiraste una bola de papel

Con una mano justa y fuerte

Riendo, pero yo sentí muerte

De este golpe duro y cruel.

 

De un sueño largo y humilde

Tu bola de papel me despertó.

Mi alma de repente empezó

A palpitar como la hoja verde.

 

Pero no me ven tus ojos azules,

Que miran a mi hermana

posando en ella tu amorosa mirada.

 

En vano espero ajados papeles

De ti, tu caricia tan lejana,

Que me arroje una bola mojada.

 

 

 NARRACIONES

 

Empanada de felicidad

 

Era una madrugada oscura y tranquila, y yo me acababa de despertar. Batían los segundos, detrás de la ventana se veía la sombra de un hombre, pero yo sabía que era la sombra de un árbol conocido e inofensivo. Siempre lo veía, cuando me quedaba en la casa de mi abuela. La casa todavía estaba dormida, pero se oía un ruido que venía de la cocina. Mi abuela ya se había levantado y estaba preparando el desayuno para su marido y sus nietos, mis primos, que tenían que ir al trabajo por la mañana. Me gustaba estar en el viejo sofá de la abuela  y saber que no tenía que levantarme y que podía dormir tanto como quisiera.

Me desperté de nuevo por la conversación de mis primos. Ya estaban en la cocina desayunando. En mi dormitorio entraba el sol, la sombra del hombre había desaparecido. Yo me quedé en la cama en silencio y esperé a que se fueran todos, porque entonces mi abuela, a quien yo quería muchísimo, sería solo mía. Por fin ella entró con pasos quedos para no asustarme, pero yo le grité riendo "¡Ya no duermo!".

Y empezó nuestro día, el día de mi abuela y mío. Nos ayudamos a vestirnos mutuamente, la abuela me abrochó los botones y yo le calcé sus medias, prometiéndole como siempre que sería doctora y que le curaría sus piernas. Desayunamos juntas y fregamos los platos cantando. 

De repente, vi una empanada que ella había preparado mientras yo dormía. No era una empanada para una fiesta o para el fin de semana, era una empanada especial. Y yo sabía para quién la había hecho: para su hermana mayor, Ana, que era apacible y agradable, y que casi no hablaba, solo sonreía. Eso significaba que aquel día ella vendría y con ella entraría una alegría plácida, que sería también un milagro: mi abuela mandona y bulliciosa se convertiría en una niña, una niña como yo. Y esa niña le contaría a su hermana mayor que había sido para ella como una madre, le hablaría sobre su vida y le pediría consejos esperando elogios. Y yo me quedaría al lado de ellas escuchándolas y disfrutando de mi relación con mis abuelas, percibiendo su amor.

Estuve mirando a la empanada, que se parecía al sol y que olía a felicidad. Por eso, desde aquella época la felicidad tiene el olor de la empanada de mi abuela.

    

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